sábado, 8 de febrero de 2014

VENDRÁN MÁS CRISIS Y NOS HARÁN MÁS TONTOS


Pensar no está de moda, no tiene un look propio, un estilo. Hemos dejado de pensar porque no queda bonito, y además hay que trabajar. No hay esperanza aparente para el pensamiento porque, como demostró Heidegger, pensar es ante todo preguntar, es un camino, y el objetivo final importa poco.
                En un tiempo donde sólo quedan objetivos a corto plazo, y todos ellos se inscriben en el rango del beneficio económico, la tarea del pensamiento se nos figura demasiado ardua. ¿No será que, después de todo, la frase de Warhol se puede aplicar a los europeos y en particular a los españoles? Decía el viejo Andy que “comprar es mucho más americano que pensar, y yo soy el colmo de lo americano”, y algo de eso nos tiene que haber sucedido a nosotros. El problema es que, si sólo nos limitamos a comprar, ¿quién nos vende?
                Las crisis suelen llevar consigo la idiotización de las masas, y no es una exageración decir que son una fábrica de tontos: léase el precariado. Conscientemente he parafraseado al gran Rafael Sánchez Ferlosio y el título de su libro Vendrán más años malos y nos harán más ciegos. Pero esta vez es peor.
Atrapados en la neolengua del mercado, hemos dejado que todos los pilares intelectuales sólidos de nuestra civilización empiecen a hacer aguas. La techumbre se desploma y la casa revienta como los tomates podridos. Es la misma sensación que experimentamos al ver los escombros derruidos de una casa antigua en la que habíamos entrado con anterioridad. Todos aquellos objetos cargados de tiempo, quizá anacrónicos, sí, pero en los que se encarnaba la dulzura de nuestros recuerdos, la magia de una eternidad dormida, han perdido de pronto su encanto convertidos en derrubios. Son los mismos objetos, pero han perdido por completo el sentido, ya no son nada, ya nada evocan. Nuestras instituciones podían estar adormiladas, sufrían un lento deterioro, pero se nos figuraba que había algo de verdad en ellas. Ahora que los buldócer de los fondos buitre, de los mercados caníbales envalentonados por la desregularización, de la lógica del egoísmo elevada al poder, han arrasado con esta casa sosegada, un tanto vieja, que eran las democracias keynesianas, ahora que de nada sirve mirar hacia atrás, porque sólo queda el solar inculto, nos encontramos a la intemperie, desorientados, y cayendo por fin en la cuenta de que hemos perdido el hábito de pensar.
                El ciudadano se convierte en comprador, el hombre en subproducto. El paso siguiente es la esclavitud. Ejemplos sobran de esta transformación. Sólo citaremos unos pocos: las multitudes vociferantes que claman por sus fondos eliminados en las preferentes, recientes marginados; los subsaharianos asesinados en las costas de Ceuta, calificados con cinismo como “inmigrantes ilegales”, perdiendo así su condición de seres humanos. El esclavo tiene prohibido pensar, porque pensar es lo que nos hace humanos. Cuando el esclavo piensa se vuelve sospechoso, y a la postre es necesario eliminarlo.
                El ministro de interior español reconoció recientemente que durante el año 2013 en España se convocaron sobre 44.000 manifestaciones, de las cuales sólo un 0’7 % requirió intervención policial. El dato es llamativo, pero llama a engaño. Todos y cada uno de esos eventos son hechos aislados, esparcidos por la geografía del descontento, de la indignación, fogonazos de asombro al comprobar que hemos sido engañados. Todo eso es razonable, y existe acción, compromiso, debate, es posible que incluso salud democrática de los ciudadanos-consumidores. Pero no hay pensamiento estructurado, no hay un movimiento unificador que fuerce a los hombres a utilizar la razón en casa, en el trabajo o en la calle, que dote de sentido los objetos de nuestra memoria de ciudadanos del mundo. Sólo mediante el pensamiento estos actos aislados cobrarán sentido.
                Hay ejemplos numerosos del renacimiento del movimiento ciudadano, del asociacionismo vecinal. La pregunta que se impone es si llegaremos a tiempo de que todos estos conatos de reacción puedan fundar algo nuevo y renovador. Particularmente, no soy optimista. Los nuevos planes reflejados en leyes como la LOMCE o el anteproyecto de la nueva Ley del Aborto plantean una especie de contrarreforma radical donde el objetivo básico es la cosificación del ser humano; de ahí la eliminación de la filosofía o las artes
en el currículo, la idea de la enseñanza como mecanismo de producción de obreros, no de hombres, de ahí la conversión de la mujer en objeto reproductivo. Si estas armas radicales consiguen sofocar los retazos de pensamiento ciudadano que parecen nacer sólo nos queda el estallido social, que algunos analistas ya auguran. Pero el estallido social equivale al fracaso y a la derrota definitiva del pensamiento. El estallido social es la excusa para la imposición de la dictadura radical sin disimulos, un recurso del poder que ya se vio como ensayo en el abominable toque de queda que el alcalde de Burgos quiso imponer en Gamonal.

                Se nos acaba el tiempo, y me gustaría creer que hoy todavía pensar es más europeo que comprar. 

sábado, 1 de febrero de 2014

¿ES EL CAPITALISMO UN SUEÑO BÁRBARO? (II)


Nos preguntábamos en la entrada anterior si la verdadera Tradición europea es la que nos quieren imponer los partidos de extrema derecha con sus gestos xenófobos y su reducida y excluyente idea de Patria.
Muy al contrario, los rasgos que forjaron durante dos siglos la identidad de Europa, y por los que este continente adquirió su singularidad, son las ideas nacidas en el pensamiento de la Ilustración, de las sucesivas revoluciones burguesas y más tarde obreras, de la construcción histórica de estados de derecho, donde la separación de poderes y el Pacto Social garantizaron la creciente tendencia a la igualdad entre las clases sociales, o la asunción del llamado Estado de Bienestar, donde las sucesivas regulaciones estatales tendieran a impedir el abuso de los más fuertes sobre los débiles y el dominio de la codicia del Capital sobre el Estado Social.
Esos genotipos, y no otros, aunque desarrollados de manera desigual, son los que caracterizan la tradición de la vieja Europa. Así pues, el propio concepto de Estado garante de las libertades y de la igualdad entre ciudadanos es la verdadera tradición europea que hoy está en serio peligro, porque es precisamente esa la tradición que los partidos de derecha y de extrema derecha han decidido desmontar, mientras que los socialdemócratas miran hacia otro lado.
Llegados a este término, conviene recordar la frase de Bernard-Henri Lévy, que insinúa que las revoluciones provienen de sueños bárbaros. Esa frase, elevada a cotas demenciales, es la que está detrás de la consideración por parte de la derecha de que movimientos sociales pacíficos son ejemplos de comportamientos radicales. A estas alturas parece oportuna una reformulación de la frase, que diría algo así:
“…y si el neoliberalismo capitalista fuera, en el fondo, un sueño bárbaro…”
En efecto, todas aquellas libertades, derechos, garantías, que han permitido, aunque sólo sea de forma precaria, disfrutar al hombre común de un poco de libertad y dignidad, de igualdad entre sus semejantes, todas esas conquistas que han costado durante décadas  a tantas personas humildes sangrientos sacrificios, son precisamente las que el capitalismo financiero actual quiere descomponer. Ese edificio que, aunque precario, tanto esfuerzo costó levantar a nuestros antepasados, está siendo demolido de una forma acelerada e implacable por las élites surgidas de los círculos neo-conservadores  de los años ochenta, a los que la caída del Muro de Berlín brindó la excusa perfecta para hacerse con todas las ramas del poder. En España, el gobierno actual, amplificando las acciones de la anterior legislatura, ha adoptado de forma radical ese catecismo sostenido por la llamada Troika, que sólo busca la defensa de los escandalosos privilegios del poder financiero. El resultado, como ya ha denunciado Intermon Oxfam, nos acerca sin duda a la barbarie, porque barbarie y sinsentido es que las 20 personas más ricas del país sean poseedores de la misma riqueza que el 20 % de la población; barbarie es que la ratio de desigualdad s80/20 se sitúe en el 7’2, dos y hasta tres puntos por encima de nuestros países vecinos; esa barbarie en la que se sume un país donde la separación de poderes y el Pacto Social, prácticamente han desaparecido; barbarie, en fin, es desmontar metódica y cínicamente los servicios sociales públicos, la educación y la sanidad en trozos y dárselos como carnaza a la especulación privada.
El modelo es copiado con aplicación en todas las capas de las instituciones, incluidas las administraciones locales gobernadas por el PP, que sostienen, desoyendo todas las evidencias en contra, que los servicios externalizados son más restables o eficaces.
La paulatina erosión a la que se han sometido durante años las instituciones ha provocado su vaciamiento, su pérdida de sentido, y la consecuente sospecha por parte del ciudadano. Ante esta decadencia, el espacio es ocupado por los bárbaros, esto es, los corruptos y los especuladores, porque no olvidemos que el bárbaro no puede ocupar un lugar pleno de sentido. El bárbaro, por definición, ocupa el sitio que la decadencia institucional le ha dejado libre.
Lo más inaudito que ha acontecido a lo largo de este último año es que cuando los movimientos sociales han intentando salvar algunas de las maltratadas garantías que estas instituciones avejentadas abandonaron (derechos sociales mancillados, protección contra los abusos financieros, etc.) han sido tratados de radicales, de tendencias de extrema izquierda. En general, lo que son en realidad es conservadores: no piden nada nuevo, sólo quieren para sí las garantías que les fueron, muy a regañadientes, concedidas. Los movimientos contra los desahucios, por ejemplo, no son progresistas en realidad, y mucho menos radicales: tan sólo reivindican el derecho a la propiedad privada. Por eso no es probable que estos movimientos triunfen de forma aislada, a no ser que se articulen dentro de un lenguaje verdaderamente social, que recupere, por ejemplo, los movimientos vecinales de hace unas pocas décadas. La llamada “neo-lengua capitalista” ha hecho que confundamos movimientos meramente conservadores o simples manifestaciones de asociacionismo con progresistas de izquierdas; esto da idea de a qué grado de deterioro ha conducido a nuestra frágil democracia liberal  la barbarie financiera capitalista.

Ante este estado de cosas, hoy que avanzamos ya vacilantes en el 2014, no queda más que acudir a discursos estructurados, programas racionales dentro de verdaderas corrientes humanistas de izquierda -en la línea de formaciones como IU- articuladas con los distintos  movimientos sociales, propuestas donde no nos quedemos tan sólo en intentar recuperar el frágil andamiaje de una democracia vacilante, sino que apostemos de forma clara por la renovación completa de las instituciones, por una regeneración seria y profunda del Pacto Social, por una regulación firme que impida al capitalismo financiero extender esa barbarie de la codicia que es, aunque intente vestirse con el traje de Armani de los pensadores mediocres y los periodistas sobornados, la simple apelación al egoísmo humano más descarnado.