sábado, 25 de mayo de 2013

LOMCE, UNA LEY-TRAMPA


Hasta ahora había renunciado a hablar de la controvertida ley LOMCE, cuya aprobación ha sido debatida recientemente en el Congreso de los Diputados. Como docente, consideraba que no iba a disfrutar de la suficiente distancia crítica para analizar una ley de educación. Pero me equivocaba, me equivoca porque la LOMCE no es una ley de educación, ni siquiera es una ley de evaluación, en todo caso, de calificación, y esto con reservas. La LOMCE es, fundamentalmente, una burda tramoya propagandística que busca ocultar los males endémicos de la educación española con supuestas evaluaciones externas al tiempo que se recorta una vez más el presupuesto en educación pública, ya muy mermado por anteriores reducciones.
Suelo hablar de simulacros al referirme a esos dispositivos, que la sociedad de masas  ha desarrollado, y que ocultan los hechos verdaderos tras acontecimientos falsos. Pero la ley LOMCE no es un simulacro, ni siquiera se le parece, porque el simulacro contiene la energía de lo verdadero, y esta ley carece incluso de la más leve apariencia de verdad. Tampoco lo ha pretendido. Por eso sorprende tanto que los pocos sectores que todavía la defienden, las organizaciones de padres católicos, se hayan dejado engañar de forma tan burda. Con el triste argumento de convertir la religión en una asignatura de peso, cuya nota cuenta incluso para la concesión de becas, el ministro Wert ha conseguido que los padres católicos vendan su derecho a una enseñanza pública de calidad por un plato de lentejas. Entretanto, la principal empresa española en gestión de servicios educativos, la Iglesia católica, ha demostrado que le importa poco la formación integral de los alumnos, ha demostrado una profunda irresponsabilidad con respecto a ellos, al favorecer, a cambio de mayor influencia en la enseñanza pública, que esta ley imposible siga su camino. El resto de la sociedad española, e incluyo instituciones como el Consejo de Estado, que criticó y desmontó punto por punto la ley, no son sino rehenes del mayor atentado contra una educación de calidad en décadas.
Como desvela justamente José Luis Villacañas en http://http://www.levante-emv.com/opinion/2013/05/14/seria-mayor-defecto-lomce/997682.html, la primera frase de la ley ya es reveladora: "la educación es el motor que promueve la competitividad de la economía y el nivel de prosperidad de un país". Con esta frase desaparece toda idea de enseñanza universal e integral, todo rastro del proyecto educativo de la Ilustración, que desde el siglo XVIII ha alimentado las democracias occidentales, y que todavía seguía vivo en la LODE de 2006. Como dice Villacañas, la educación no es el motor de nada, sino "el proceso cooperativo por el que los seres humanos pueden disponer de las bases adecuadas para llegar a vivir como tales a lo largo de su vida. La educación promueve la condición humana", algo tan claro, tan evidente, y que tanto bien ha hecho a las sociedades europeas en estos dos últimos siglos, es desconocido para los gestores de esta ley.

Si hacemos una lectura atenta de la ley, descubrimos enseguida cuales serán los efectos negativos de la misma, tal es su simplicidad. Por una lado, la segregación, puesto que los alumnos serán divididos ya en 2º ESO en dos grupos: los ocupantes de puestos de trabajo en el taller, por un lado, y los destinados a los puestos de la tecnocracia, por otro; en tanto la ley no entiende otro lenguaje que el de crear piezas para el engranaje del mercado laboral, sobran todo tipo de refuerzos, apoyos, medidas de atención a la diversidad, que han conseguido llevar al éxito a tantos alumnos destinados al salir del sistema sin titular. Se trata de maquillar cifras, podremos tener más titulados, pero todos serán de bajo perfil de cualificación. Y todo ello, irónicamente, con el argumento de paliar el fracaso escolar. Materias que hasta ahora ocupaban un nicho discreto pero importante en la formación de nuestros jóvenes, como son la tecnología, la música y la plástica, quedan ahora relegadas a meras optativas, de forma que un alumno podrá pasar por la ESO sin asistir a una sola clase que le prepare para un mundo basado en los contenidos audiovisuales de los mass media y en la tecnología. A estas las llama Wert "materias que distraen". La religión ocupa mayor carga horaria, y no es específica (es decir, optativa), que cualquiera de estas materias. Queda reducida igualmente la presencia de las ciencias en el currículo, en patética coherencia con el maltrato constante que el gobierno de España ejerce contra la investigación y la innovación científica en el último año. La supuesta solución de las evaluaciones externas no tiene otro fin que el cuantitativo, no preocupa otra cosa que maquillar números de cara a Europa, y las pruebas se adecuarán, fuera del entramado educativo, sin contar con los propios docentes, a este fin concreto. Una gigantesca tramoya de cartón-piedra, un telón propagandístico para ocultar las miserias del sistema. Ante los aspectos susceptibles de mejora de la LODE de 2006, que ya ha sido desmantelada con los recortes de los dos últimos años, se opta, no por resanar la estructura, sino por cerrar los ojos y mirar hacía otra parte. Podríamos seguir durante muchas páginas, podríamos hablar del desprecio a las ratios, del desprecio a los recursos necesarios, de tantos desprecios... Lo curioso es que la oposición política no haya acertado a criticar mucho más que la preeminencia de la religión o la devaluación de la inmersión lingüística que, siendo graves, no son los aspectos más terroríficos de esta ley imperdonable.

2 comentarios:

  1. Un análisis genial, Bartolo, deberían publicarlo en el periódico. Has conseguido resumir algunos de los puntos fatales de esta Ley y que en unos minutos comprendamos lo que se nos viene encima.
    Un saludo

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  2. Muchas gracias, Lucy, la verdad es que lo publican en el periódico, en el Eco, pero desaparece de las destacadas en cuanto entran muchas noticias, a ver si me hacen un banner para entrar directamente. En el recreo seguiremos comentando. Cuídate.

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