miércoles, 24 de abril de 2013

EL AVANCE DE LOS CÍNICOS


                Cuando en un artículo anterior, la apoteosis de egoísmo, analizábamos la asunción de una nueva clase social, el precariado, dimos algunos trazos sobre las principales características que aglutinan a  una serie muy heterogénea de individuos bajo ese neologismo. Señalábamos también que el precariado no es exactamente una clase social, a pesar de que se ha sido situado en estudios recientes como una de las nuevas siete clases sociales. Pero el precariado es algo más y algo menos que una clase social. De hecho, a mi entender, el precariado, haciendo analogía con los no-lugares, de los recientemente hablábamos, es una no-clase, un conjunto de individuos cuya principal razón de ser es no identificarse con nada que no sea su propio beneficio, una franja social que tiene a gala no confiar en ninguna de las otras clase, y mucho menos en el aglutinador de todas ellas, el Estado. El precariado es el principal bebedero donde la ultraderecha ha ganado lugar en Europa, pero también, como señala Alain Garrigou (ver entrada anterior), el avance de esta opción política radical se ha ralentizado, en gran parte por la imposibilidad de unificar tanto interés particular. Jirones de otras clases sociales empiezan a confundirse con ese precariado que al principio parecía representar a las personas sin recursos y opción vital. La tan traída y llevada desaparición de los valores se aprecia claramente en las posiciones del precariado, y esos valores son sustituidos por lemas de trazo grueso, que calan fácilmente en las mentes simples. Así, como señala Garrigou, se es “sensible a la raza, pero no a la clase”; se habla de “los abusos cometidos por los extranjeros, los holgazanes, los asistidos”; se comenta, sin rubor, que “son los sin papeles los que actualmente son los únicos que pueden gozar de un sistema financiado al 100 %”. El pensamiento se transforma en prejuicio, el sentimiento de culpa en rencor, en un proceso que ya Nietzsche analizara en La genealogía de la moral. En este contexto, la tentación del pesimismo se hace insoportable para muchos. Pero ya dice García Montero en http://www.infolibre.es/noticias/opinion/2013/04/05/pesimismo_optimismo_2040_1023.html que “Estos días tristes no reclaman optimismo o pesimismo, sino valores”. A aquel que utiliza el pesimismo del otro para imponer su criterio se le llama cínico.
    El cínico es la figura negativa por excelencia de nuestro tiempo. Decía Todorov que “el miedo a los bárbaros nos convierte en bárbaros”, y es cierto, pero además estos bárbaros son pastoreados por los cínicos, ellos son los pastores del pesimismo, pero también del resentimiento, de la culpa, y de algo todavía más peligroso: el orgullo herido. El modelo de pensamiento del precariado y de restos aledaños de otras clases sociales es muy simple: No confío en el estado, no confío en los extranjeros sin papeles, en los pobres que viven de la Seguridad Social, porque sospecho que en toda esa gratitud social puede esconderse un engaño, y si soy engañado y no me doy cuenta, es que soy estúpido, porque han hecho con mi dinero lo que yo no quiero, por tanto, entre ser un estúpido y creer en la bondad del sistema social y la posibilidad de que todos estemos siendo engañados y manipulados, prefiero la segunda opción, la menos arriesgada. Nos encontramos con individuos que han perdido todo resto de valores, individuos cuya única posesión es una exigua cantidad de dinero ganada con terribles esfuerzos. El cínico se aprovecha de este modelo de pensamiento, aunque parte de él, porque en origen es un personaje frustrado. El cínico busca erigirse como líder de todos los frustrados, y su mensaje es rápidamente codificado. Éste es el triste proceso que aúpa a la extrema-derecha en media Europa. Y como dice García Montero: “Perdida la capacidad de decisión, el fatalismo justifica cualquier estrategia propia de los cínicos y los relativistas. Los aguafiestas del pensamiento aprenden pronto a reírse de todo para no sentir responsabilidad ante nada”. El cinismo avanza, y avanza el espíritu del precariado. El pensamiento y los valores retroceden. Sólo hay un antídoto ante esta amenaza: educación y cultura. ¿Están nuestros dirigentes dispuestos a atajarla? ¿O es que el cinismo dirige ya a nuestros dirigentes?

1 comentario:

  1. Brutal. Suscribo tus palabras, Bartolo. Desgraciadamente conozco a más de un precariado, y alguno con algo más que unos eurillos en el bolsillo. Una entrada interesante sería "cómo vivir entre cínicos", tratar con ellos en el día a día. ¡Aunque recuerdo que ya hiciste una entrada sobre zombies!....

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