lunes, 13 de febrero de 2012

SEMILLAS EN EL HIELO



Adelantábamos la posibilidad de establecer un paralelismo entre la pérdida de la diversidad de discursos a causa del capitalismo como totalitarismo lingüístico y la pérdida de biodiversidad, de riqueza genética, sobre todo en agricultura y ganadería. Este último fenómeno no es nuevo, y la literatura científica sobre el mismo es muy extensa, no es para menos, porque su impacto sobre nuestra forma de vida está siendo muy grave, a pesar de que la mayoría de la población poco sabe de él. Analizada por Charles Siebert en el último número de Nathional Geografic, la divulgación de esta pandemia genética que es la pérdida de toda la tradición biológica que el mundo ha acumulado en 10.000 años se torna esencial. También aquí, y en un proceso similar, el capitalismo como discurso totalitario condena a la desaparición manifestaciones de la “diferencia” (por usar un término cercano a Lyotrad y la postmodernidad). En este caso, la “diferencia” representa miles de variedades autóctonas creadas por generaciones de agricultores de todo el mundo que han desaparecido o desaparecerán en los próximos años a favor de variedades dominantes seleccionadas por dos cualidades fundamentales: continuidad en la forma y el aspecto y facilidad de transporte. Discurso convencional, pensamiento único, producto uniforme. La selección y posterior destrucción de especies por parte de la producción capitalista no tiene en cuenta el sabor o las cualidades culinarias de cada producto, ni, por supuesto, la posibilidad de preservar la variedad de colores o formas, sino sólo su fácil venta. Inevitablemente, las variedades clásicas, más sabrosas, más beneficiosas para el ser humano, y auténticos tesoros a la hora de mantener mediante cruces la diferencia genética, están condenadas a desaparecer. El problema ya fue detectado por Cary Fowler en los años setenta, quien se embarcó en un proyecto hoy famoso llamado Cámara Mundial de Semillas, con sede en el frío norte, en el archipiélago de Svalbard (Noruega). Entonces fue tratado de visionario; hoy, el Arca de las Semillas, como a veces se la denomina, es uno de esos lugares míticos que mezclan la esperanza humana imperecedera y el espanto más desalentador. Protegidas bajo la capa de eterno permafrost, las viejas semillas que sembraran nuestros abuelos a mano, que los indígenas de culturas ancestrales guardaran como metal precioso, descansan seguras ante una eventual y cada día más cercana catástrofe alimentaria. Duermen, pero a su modo velan por nuestro futuro. De alguna forma, estamos reaccionando como los monjes de dispersos monasterios en la Edad Oscura posterior a la caída de Roma, recopilando, copiando y guardando fragmentos del saber humano, del pensamiento, de la genética, de la cultura.
Según cuenta Colin Thubron en su deslumbrante libro de viajes “En Siberia”, los nativos de la lejana península de Kamchatka, donde las temperaturas invernales se cuentan entre las más bajas en tierras habitadas cuentan la leyenda de que las palabras pronunciadas en el invierno se congelan nada más ser pronunciadas y caen a tierra en un sonido de cristales para florecer como susurros en primavera… Marcelo Piñeyro rodó en 2002 “Kamchatka”, que juega con la metáfora de Julio Cortázar en “Casa tomada”, y convierte, en la imaginación de un niño, la helada península en un lugar de refugio, en el último territorio libre de la dictadura, más allá de toda esperanza racional. Svalbard y Kamchatka tienen mucho en común; son sueños para una humanidad cercada, lugares utópicos, blancos y lejanos que, traspasado el horizonte de la desesperación, parecen apuntar una regeneración para un mundo, el nuestro, empobrecido, anodino, aterradoramente uniforme, aburrido hasta la extenuación. Ese mundo de hambrunas, de pensamiento devastado, ese mundo uniformado, plano, es el que hemos creado a través del espejismo de la globalización de un capitalismo que no ofrece recambio ni futuro.
Hasta que las palabras germinen en primavera.

1 comentario: