lunes, 13 de febrero de 2012

El GRAN MERCADO TE OBSERVA



Cuando George Orwell publicó su célebre distopía “1984”, centrada en el poder absoluto del totalitarismo, poco podía imaginar que el reflejo de la misma en el futuro sería precisamente el desmontaje del estado-nación que él llevó a su paroxismo, y que el ojo omnipresente del dictador sería en cambio el de los llamados “mercados”, manifestación fantasmal y ectoplásmica del capitalismo salvaje. Pero lo cierto es que, efectivamente, ese ojo incólume se ha manifestado durante estos días en España, en pleno Congreso de los Diputados. La Reforma Constitucional del artículo 135 de nuestra hasta hoy sagrada Carta Magna (pobres de los que en el pasado pretendieron mancharla con sus propuestas de mejora), que tiene por objeto la eliminación por ley del déficit en las cuentas públicas, es el primer clavo en el ataúd ya desbastado del Estado del Bienestar. Si en la novela de Orwell se hablaba en la llamada “neolengua”, derivada del inglés pero conservando solamente las palabras adecuadas para los fines represivos del régimen, en los términos de la reforma que hoy analizamos se habla en clave de capitalismo neo-liberal, pero en modo alguno en lenguaje democrático. Recordamos de nuevo a Lyotard y su descripción del capitalismo como totalitarismo lingüístico. Siguiendo a Eric Hobsbawm, sabemos que “el ideal de la soberanía del mercado no es un complemento de la democracia liberal, sino una alternativa a este sistema. De hecho, es una alternativa a todo tipo de política, ya que niega la posibilidad de tomar decisiones políticas”. Según las propias palabras de nuestros representantes políticos, la reforma es necesaria a modo de analgésico para el mercado. Si esto es así, y hacemos caso a Hobsbawn, que para eso es el más listo y el más viejo de la clase, nuestros representantes políticos están actuando contra sí mismos y, por tanto, en contra de las personas a las que representan. No es la primera vez que esto ocurre, por supuesto, pero sí son inéditas en nuestra joven y ya decrépita democracia las circunstancias actuales: propuesta realizada en pleno mes vacacional, con un parlamento al borde de su disolución, sin comisiones ni debates profundos (en Alemania se aprobó tras varios meses de serias deliberaciones), con prisas y sin tiempo para buscar consensos, bajo un supuesto mandato de entidades no democráticas, como el Banco Central Europeo (que presta a la banca privada al 1’5 % y a los estados que acoge al 5’5 %) y, sobre todo, con la negativa de un referéndum dirigido a los ciudadanos del país. Estas son algunas de las circunstancias que hacen de esta reforma una especia de golpe de estado a nuestra Constitución. Luego están los agravantes: tan solo 16 diputados frente a 318 han votado, no ya radicalmente en contra, sino a favor de una consulta popular previa. Los argumentos de los partidos mayoritarios en contra de una actividad tan sana como un referéndum son un ejemplo de absoluto desprecio a la voluntad de los ciudadanos: va a crear confusión, no hay obligación legal, está muy claro lo que el pueblo quiere.

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