domingo, 12 de febrero de 2012

BANCOS DE NIEBLA




Ha llegado la estación de los bancos de niebla. Evaporación y condensación difuminan los contornos de la realidad. La nada de la bruma nos aleja del contacto con la materia. Dubitativos y confusos, caminamos a tientas. Empeñadas en ocultar lo existente, las guedejas imprecisas ocultan la verdad de los campos. A ratos, sólo a ratos, el híspido cielo de la lejana Islandia ahuyenta la bruma y deja ver un tímido sol que viene del hielo.
El proceso de abstracción del valor de cambio, del dinero, ha recorrido un largo camino digno de estudio; desde las viejas monedas que menguaban de peso gracias a las caricias de los codiciosos, pasando por las monedas de bordes seriados, para evitar el sutil robo, hasta el papel moneda, cada vez más pequeño y uniforme, que termina mecido por el viento, como una pluma. En nuestros días, la abstracción ha provocado su total desaparición, escondido tras las tarjetas de crédito, pasaportes al reino escondido de los bancos de niebla. La tradicional sospecha hacia el valor-moneda provocó a lo largo de los siglos su progresivo ocultamiento y su conversión en bonos, derechos, cartas de pago, que a modo de eufemismo trataban de dotar de limpieza un bien considerado esencialmente sucio. La abstracción del valor de cambio y su progresiva expansión en detrimento del valor de uso es una singladura paralela al desarrollo de la modernidad, del triunfo de la clara y limpia razón sobre las impurezas de las supersticiones. Limpieza del discurso, del lenguaje arquitectónico, de las antiguas costumbres ampulosas. Abstracción y pureza del pensamiento científico al tiempo que desmaterialización del dinero; una asociación, como hoy vemos, peligrosa. El valor de cambio se ha convertido en materia especulativa que necesita de la desregularización legal para hacer desaparecer por completo toda referencia al valor de uso. La amalgama de términos económicos que pretenden ocultar la suciedad bajo una capa brumosa no puede borrar el más antiguo y feo nombre dado a este proceso: usura.
Ningún cristiano que se preciara pudo, al menos de forma directa, practicar ese oficio indigno, sólo permitido a infieles; de ahí que los judíos cargaran con semejante tarea, bajo pena de vivir apartados y de cosechar el odio ancestral de la chusma. El oficio de vender la nada, de vender niebla, de prestar ventajosamente y obtener a cambio beneficios perpetuos. Así nos lo hace ver Ildefonso Falcones en su libro “La catedral del mar”, donde ensaya una hermosa defensa de los judíos en la Edad Media. El autor catalán, experimentado abogado y hombre de recias convicciones religiosas, demostraba, en declaraciones para Onda Cero hace unos días, su asombro ante la actual situación económica, donde se da la paradoja de que los ciudadanos, a través de sus gobiernos, subvencionan los errores irresponsables de los bancos para que después éstos culpen a los ciudadanos de dilapidar el dinero (el mismo que les dieron) irresponsablemente. Desde hace ya mucho tiempo, y a pesar de los breves periodos de control, la progresiva desregularización ha ido convirtiendo los sistema financieros en una nube de usureros que en cualquier sociedad histórica hubieran sido condenados a la marginación. No así en esta época del capitalismo “hipermoderno” en su etapa de crisis sistémica definitiva. Usura, la misma que campa felizmente en una globalización falaz sin posibilidad de marco jurídico que pueda doblegarla, la misma que declara indignos a los honestos mientras les roba la cartera, la misma que ha creado esta bruma impertinente que impide ver a tantos millones de ignorantes una realidad monstruosa. Usura, que dejó en una jaula a la intemperie a Ezra Pound, el mejor poeta inglés del siglo XX. Usura, la misma que, a través de esta bruma de los mas-media, impide que sepamos que la lejana Islandia, asediada por los intentos de desregularización, por las ansias de rescate y por la destrucción del estado del bienestar, derrocó tres gobiernos seguidos hasta conseguir meter en la cárcel y hacer pagar a los banqueros culpables, preservando la independencia del estado. Mientras los islandeses viven hoy tranquilos, el frío sol del norte se cuela tímidamente entre las guedejas de niebla que genera este pantano venenoso de la codicia y la usura.

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