domingo, 27 de noviembre de 2011

La Amalgama


¿Por qué escribir una columna publicada previamente en un periódico cuando la moda impone directamente el blog? ¿Por qué una columna que habla de temas universales y no de la actualidad inmediata? ¿Por qué, en fin, una columna que prefiere el tono ensayístico en lugar del lenguaje telegráfico del periodismo en la red? Son preguntas que el lector ocasional puede hacerse tras recorrer estas líneas. Respondo con otra pregunta: ¿Por qué el barquero rema a contracorriente? Porque en la cabecera del río está el botín que busca. Es así de sencillo.
Inicio esta colaboración con el convencimiento de que vivimos un momento crucial en la historia contemporánea, un momento que no admite demoras, un lugar donde quien no utilice su mente será devorado, donde el holgazán no encontrará acomodo, donde sólo cabe remar a contracorriente.
Pensar es preguntar. Continuamente. ¿Por qué La Amalgama? En primer lugar porque me gustan las aliteraciones, en segundo lugar, porque la realidad actual es similar a una amalgama de elementos, de gangas y de gemas, de la que es muy difícil separar el metal precioso. La realidad es cada vez más sublime, ya lo decía hace años Eugenio Trías, escapa a nuestro entendimiento; no sólo nos cuesta distinguir lo real de lo virtual, sino que lo virtual ya no quiere fingir o simular el efecto de lo real, antes bien, pretende sustituirlo. La amalgama necesita un proceso que separe sus componentes, y esto nos lleva, por una vía irónica, al tercer motivo. En 1555, Bartolomé de Medina inventó el proceso de amalgamado de la plata con el mercurio. Fue un sistema revolucionario que permitió purificar el precioso metal de forma rápida y barata, y el dinero comenzó a fluir a las arcas de los banqueros flamencos tras un breve asiento en el puerto de Sevilla. Bartolomé de Medina, que he escogido como un antepasado apócrifo en clave de farsa, un simulacro de antepasado, fue tan importante como Pizarro o Cortés, porque sin el amalgamado la plata mejicana y peruana valía bien poco. Bartolomé de Medina nos pudo hacer ricos, pero las guerras de religión impusieron la norma del siglo. Quede aquí mi homenaje.
Así pues, la amalgama, la realidad y su ganga. Pero sólo con una amalgama de estilos, de juegos de lenguaje, de métodos de interpretación, se puede desenredar el rizoma. Y de eso trata esta columna, que irá tendiendo hilos al lector, caminos que son preguntas, respuestas entre poéticas y desesperadas para un mundo que se desmorona. En la época del fin del contrato social, en la sociedad del simulacro, sólo queda esta amalgama que esconde un tesoro ignoto que no puede ser nombrado. No esperen que hable de fútbol ni de añagazas de políticos, pero intentaré que estos cantos de sirena resulten al menos entretenidos. No quiero, como sugerí al principio, redactar un blog, que a la postre es un diario, un cuaderno de bitácora, que sólo leen los convencidos y los amantes de los anónimos de baja estofa, sino echar el anzuelo a quienes quieran compartir conmigo el diálogo del pensamiento, que sigue siendo la aventura más fructífera que el ser humano puede llegar a desarrollar.